Lenia Batres Guadarrama
Hoy entrego una carta de renuncia muy sencilla al Partido de la Revolución Democrática, al que
me afilié el 11 de abril de 1989, es decir, hace 23 años.
Cuando
me integré al PRD, era una estudiante universitaria. Habían pasado apenas unos
meses del fraude electoral de 1988 y faltaban algunos más para vivir aquel
experimento democrático que fue el Congreso Universitario de la UNAM, como
producto del triunfo del movimiento que evitó el incremento de cuotas en 1987,
y en el que muchos de los que entonces nos afiliamos al PRD habíamos también
participado.
Estaba
llena de dudas sobre si el PRD realmente cumpliría las expectativas de lucha por la transformación social que muchos ya entonces teníamos muy claras.
Algunos
años antes, en 1983, apenas adolescente, había empezado a militar en
organizaciones de izquierda. De la marginadísima izquierda de aquellos años que
escasamente alcanzaba a mirarse a sí misma y solía pasar por rígidos filtros
ideológicos cualquier sencillo hecho de la realidad.
Mi
participación más intensa en aquellos años fue después del terremoto de 1985, cuando me
incorporé a los trabajos de organización de los vecinos damnificados de la
colonia Doctores de la Ciudad de México. Quedé marcada para siempre por aquella
dura experiencia humanitaria y organizativa. Ahí definí que estudiaría Derecho
y que era parte de mis objetivos en la vida, contribuir a lograr la justicia en
México.
Menciono
estos antecedentes personales porque personal es la decisión que ahora me lleva a renunciar al PRD.
Cuando
se logró la unificación de las izquierdas en un solo partido, en aquel mayo de
1989, muchos mexicanos nos sumamos. Era ese el principal mérito del PRD: sumar a
miles y miles de ciudadanos a luchar para acabar con el régimen autoritario
priista.
Formamos
coordinaciones promotoras y empezamos a realizar asambleas para afiliar a quien
quisiera sumarse.
El
PRD, hay que decirlo, fue caótico desde su nacimiento mismo. Nos faltó visión,
estrategia de lucha. Objetivos concretos. Teníamos como antecedentes
organizativos los de la izquierda, bastante doctrinarios, y los de quienes
renunciaban al PRI, un tanto más pragmáticos, pero tampoco tanto. Rápidamente
se formaron corrientes en el interior del Partido. Y a lo largo de su vida
orgánica nunca dejaron de existir. Sólo se fueron transformando de nombre, de
causa, de integrantes.
Al
principio, su justificación era aglutinarse para imprimir en los documentos
básicos, en un pronunciamiento, en una declaración, el sello de la corriente,
que originalmente respondía a su procedencia: izquierda burocrática, izquierda social
y ex priistas. Importante no permitir que saliera tal o cual palabra. Y se
armaban discusiones de horas por la inclusión o no de tal término en el
documento a votación. Las disputas eran fuertes. No pocas veces se llegó a los
golpes. Por eso se tuvo que resolver cerrar las puertas de los consejos
nacional y estatales a la prensa.
Recuerdo
aquel Congreso Nacional, quinto si no me falla la memoria, en el que la gran
expectación se daba alrededor de si se lograría introducir en la Declaración de
Principios que el PRD era un partido de “izquierda”. Porfirio Muñoz Ledo había
presentado la propuesta. El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas se oponía. El
Congreso ya estaba dividido en dos bloques que defenderían cada cual su
posición. Ganó, en una de las pocas veces que aquellos años ganaba, el bloque
representado por Porfirio Muñoz Ledo.
Pero
la más de las veces los bloques de corrientes sólo se aglutinaban alrededor de
las propuestas de miembros de los órganos de dirección y de candidatos que se
presentarían.
Al
principio el ingeniero Cárdenas palomeaba las propuestas y a veces hacía el
listado final al que se alineaban las corrientes. A finales de los 90, empero,
los negociadores observaron que si prescindían del visto bueno del ingeniero,
les tocaban más cargos a los bloques del momento. La elección universal de los
miembros del Partido, sin embargo, logró colar en los cargos a militantes reconocidos
aunque no pertenecían a ninguna corriente o a ninguna de las predominantes.
El problema de la elección universal fue el clientelismo que generó.
Entre
la búsqueda de cargos y la coincidencia de línea política, se fueron
consolidando núcleos básicos de las corrientes y cerrando en sus acuerdos de
distribución de cuotas, hasta llegar a lo que ahora sucede, que incluso dos
corrientes mayoritarias pueden ponerse de acuerdo, sin necesidad de considerar
al resto del Partido. Es más, ya ni elecciones entre sus miembros ha realizado
el PRD en más de seis años.
Quizá
no hubiera sido pernicioso este fraccionamiento de corrientes del PRD si no
hubieran alejado sus causas de las demandas sociales. Una elite se fue quedando
con los espacios de representación política para negociar con los gobiernos
federal o estatales prebendas, desde incrementos salariales a diputados hasta
la entrega de recursos directos para determinadas demandas y espacios en los
gobiernos de otros signos políticos. Es decir, se corrompieron las causas. Se
fue haciendo práctica normal ese tipo de negociación. Al principio, para satisfacer
las necesidades de ofrecimiento de víveres (despensas) para asegurar clientela
política, votos, que apoyaran candidaturas en elecciones universales, después para
incrementar recursos de gobiernos municipales o estatales para lo mismo…
Cuando
en la LVII Legislatura del Congreso de la Unión se debatía sobre la posición
que adoptaría el PRD respecto del Fobaproa, recuerdo a Demetrio Sodi,
entonces diputado perredista, decir: “Votemos a favor, pero que nos aseguren el
monto de 7,000 millones de endeudamiento del Distrito Federal.” Tuvieron que
ser el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas mismo, entonces Jefe de Gobierno del DF, y
Andrés Manuel López Obrador, presidente del PRD, los que hablaron directamente
con los diputados para que supiéramos que no era necesario, que era más importante (si alguien tenía duda) defender los principios del partido…

Y
peor aún, cuando en 2006 no fue capaz de asumir unánimemente la protesta contra
la imposición de Felipe Calderón. Es más, algunos la vieron como una buena
oportunidad para obtener mayores prebendas para sí.
Y ya
en el colmo, para poder contar con una estructura de movilización y
defensa del voto confiable, nuestro candidato a la Presidencia, Andrés Manuel
López Obrador, tanto en el 2006 como en el 2012, tuvo que organizar por sí a
sus simpatizantes. Es decir, no había estructura de lucha partidista para una
tarea regular del Partido.
Creo
que es oportuno reflexionar un poco sobre esta historia para cualquier otro
experimento organizativo. En este caso, el de Morena.
Decía
el domingo pasado José Agustín Ortiz Pinchetti, en su columna de La Jornada, algo importante: “Morena es un misterio para los politólogos de la ciudad de
México. Ni ellos ni la mayoría de los políticos profesionales creyeron que
pudiera surgir una organización verdaderamente popular no de una convención
entre figuras destacadas reunidas en un recinto –como ha sido el origen de
todos nuestros partidos políticos hasta ahora–, sino de las raíces de la
sociedad, de los municipios, de los barrios, de las aldeas y de los pueblos de
México.”

No
es fanatismo lo que López Obrador provoca, es multiplicación de trabajo, por su
ejemplo y por una visión amplia. De allí la eficacia de su liderazgo.
No
hay dioses en el trabajo político, pero sí hay liderazgo y es indispensable,
juega un papel fundamental. El líder, los líderes, la dirección de una
organización, debe ser responsable para conducir hacia algún puerto al conjunto.
Además, tiene que tener la mira alta, es decir, muy claro el objetivo, y contar
con autoridad moral, predicar con el ejemplo.
Nuestra gente, los mexicanos, sí están dispuestos a organizarse, pero requieren tener
claridad del para qué y confiar en quien lo está convocando.
Tuve
dos magníficas experiencias al respecto. Primero, con la brigada en defensa del
petróleo en 2008 y luego con la brigada especial en Tultitlán, Estado de
México, rumbo a la campaña de Alejandro Encinas a la gubernatura, en 2010-11 que
realizó Morena.
Interesantísimo
proceso. En el primer caso, distribuimos cuatro, creo, ejemplares de un periódico
con caricaturas explicando cómo se pretendía privatizar el petróleo. Una
brigada de alrededor de 40 mujeres, “Adelitas”, recorrimos cerca de la mitad de
la Delegación Benito Juárez en el DF en unos cuatro, cinco meses, llevando de casa en
casa la información y anotando a quienes se oponían a la propuesta de Calderón.
Más de 27,000 ciudadanos se anotaron en la Delegación gobernada por el PAN, muy
firmes contra la privatización. Es decir, casi un cuarto del total de
ciudadanos –a razón de uno por hogar, de 110,000 hogares existentes en la Delegación–.
Mi conclusión era que si hubiéramos recorrido el 100%, habríamos anotado a un
ciudadano por cada dos hogares.
En
el segundo caso, Tultitlán, con la presión de hacer una campaña en forma,
recorrimos el 100% de los hogares, casi 98,000. Tuvimos más tiempo y
participaron más brigadistas en el recorrido. Aquí, a diferencia de la brigada
en defensa del petróleo, que sólo buscaba informar, se tenía una tarea organizativa.
Iba levantándose el listado de protagonistas del cambio verdadero después de
leer una invitación directa de Andrés Manuel, al tiempo que se dejaba al vecino
el periódico Regeneración.
En
ocho meses, habíamos pasado al menos una vez por cada uno de los 98,000 hogares
y garantizado que en cada contacto, la gente supiera del mensaje político y la
posibilidad de organizarnos. Juntamos a los 15,000 protagonistas que teníamos
como meta.
Con excepción
del trabajo que realicé en la Unión de Vecinos de la Colonia Doctores, en 1985,
en ningún otro espacio organizativo aprendí tanto como en estos años bajo el
liderazgo de Andrés Manuel.
Cuando
se habla de si convertimos a Morena en partido o en movimiento, se externa el
temor de que le suceda lo mismo que al PRD, es decir, se enquiste una
burocracia, se creen corrientes y luchen encarnizadamente unos contra otros por
los cargos de dirección o los puestos de elección popular, si es necesario con prácticas
corruptas. Hay quienes creen que la opción de “movimiento” no tendría ese
efecto y, por el contrario, la opción de “partido” lo genera automáticamente.
Yo
creo que no. Tanto cuando participé en la experiencia de la colonia Doctores,
como en las brigadas mencionadas, no hubo división, ni corrupción, sino una
enorme fraternidad, solidaridad y afecto, de los activistas, brigadistas.
En el caso de Tultitlán, incluso, se trataba de una campaña electoral y varios
de los activistas o sus dirigentes, tenían pretensiones de candidatearse.
Curioso fenómeno: creían que ello podía depender de los resultados del brigadeo
y entonces se preocuparon por ayudar, por hacer méritos.
En las últimas campañas del PRD, las candidaturas no han tenido ya ninguna
relación con quién trabaja, dónde lo hace ni sus resultados. Y al haberse
suspendido las elecciones internas para definir candidatos, ni siquiera han debido
tener ninguna presencia en el territorio. El método de elección define
el tipo de candidaturas. Si se eligen por acuerdo de corrientes, se tienen candidatos
apoyados por éstas nada más. En vez de ayudar a sumar presencia política, en este
2012, como antes, el grueso de los candidatos ganó por la fuerza del voto hacia
Andrés Manuel.
Mi
impresión a simple vista es que una organización con objetivos claros, con la mira puesta en el país, con una dirección cuya visión política no está
en ganar una asamblea, sino en conquistar el poder de la nación y transformarlo, suele, como en
el caso de Morena, tener mayor unificación. Y si sus activistas están
concentrados en una tarea organizativa estratégica, con metas y tiempos
precisos, la posibilidad de que logre su cometido es mayor y menor el riesgo de que se entretenga en
disputas banales. Si el incentivo de crecimiento político fuera hacer méritos
en función de resultados de tareas precisas, determinados por la penetración territorial
con un mecanismo común en todo el país, se lograría, además, tener candidatos con
posibilidades de respaldo popular y se alejaría el riesgo de distanciamiento de
la base social.
Renuncio
al PRD porque en 23 años de militancia nunca tuvimos la visión estratégica
organizativa necesaria para ganar el poder y no veo a las corrientes
predominantes actuales preocupadas por eso, sino sólo en su sobrevivencia. La célula de organización no es
común en el Partido, cada corriente tiene su forma de organizarse, crecer y
buscar el poder interiormente, no de luchar hacia afuera. Lo unen no los objetivos comunes, sino la distribución de cuotas coyunturales.
La
visión estratégica se aprende y la eficacia se multiplica. Morena la tiene. Y
acaba de nacer. Por eso no dudo que sea aquí donde se puede seguir
contribuyendo a acercar la posibilidad de lograr la transformación del país.
Antes
de Andrés Manuel prevalecía en la izquierda una idea azarosa de la política.
Creíamos que los movimientos se gestaban solos, que ganar una elección era cosa
de oleajes. De “a ver si prende la campaña”. Y esperábamos a observar si
lograba "subir" el ambiente.
López
Obrador nos enseñó que la política puede ser más científica que intuitiva. Que
podemos estudiar lo que la gente piensa para impulsar y convencer a partir de
ahí. Que podemos, insisto, buscar y obtener resultados precisos, sobre todo en
términos de organización.
Concientización
y organización. Eso es todo. Para eso no requerimos corrientes. Ni tendrían por
qué formarse en Morena. Partido o asociación civil, de cualquier forma
tendremos que generar vacunas contra los vicios que se han creado en otras
organizaciones. Y la mejor es el trabajo.
¿Partido
o movimiento? Ya es movimiento. El partido nos permitiría organizarnos más complejamente
y contar con recursos públicos. Son necesarios para multiplicar el trabajo
político. Además, permitiría impulsar a candidatos propios, con una línea común, penetración en la ciudadanía, trabajo útil, con
responsabilidad y liderazgo. Si no, este gran movimiento seguirá dotando de
puestos de elección popular, paradójicamente en algunos casos con línea
política contraria, a integrantes de los partidos existentes.
Morena
podría convertirse en partido, no en el PRD, el PT o el MC, sino en el partido
de izquierda que no ha existido, que nuestro pueblo no ha conocido.
Si
no renuncié antes, ya que los vicios en el PRD no son nuevos ciertamente, se debe simplemente
a que no vi ninguna plataforma mejor para militar en la izquierda.
Reitero
que mi decisión es personal. Me es fácil tomarla porque en los
últimos seis años sólo he militado en las filas de la Convención
Nacional Democrática, el Movimiento en Defensa del Petróleo y el Movimiento de
Regeneración Nacional. No formo parte de los órganos de dirección del PRD ni
soy su representante popular. Es decir, no tengo compromisos pendientes.
Respeto a los perredistas que no han decidido salir del Partido. Pero hay momentos en que debemos asumir posiciones personales. Creo que la decisión sobre la permanencia de Morena obligará a mucha gente honesta, valiosa, a revisar en conciencia dónde cree que puede ser más útil su militancia política en pos de lograr establecer una sociedad justa y democrática.
Por
lo pronto, mi decisión es esa: Si Morena va a consolidarse como proyecto
organizativo político de izquierda, es decir, permanecerá más allá de esta
campaña electoral, cuenta conmigo incondicionalmente, como una mexicana más; sea partido, asociación o
movimiento, tenga o no recursos públicos y decida o no impulsar a candidatos
distintos del de la Presidencia de la República. Me es suficiente con la
decisión de asumirse como instrumento organizativo de lucha para el cambio
verdadero.
¡Viva
Morena!
11 de septiembre de 2012