Lenia Batres Guadarrama
Sin duda, más de una vez hemos visto revistas, libros, dibujos, fotografías y hasta videos pornográficos. Y más de una vez, hemos evitado verlos. Es más, en general, solemos reprobar a quienes –sobre todo hombres– disfrutan este material. Pero… ¿qué es la pornografía? ¿quiénes acostumbran recurrir a ella? ¿Qué repercusiones puede traer su aceptación? ¿Puede provocar algún daño a los niños?
El significado de la palabra “pornografía” es difícil de precisar. Si la definimos como todo lo que puede ser visto como “obsceno” –como señala el Pequeño Larousse–, no salimos de las mismas. Las novelas, los dibujos y cuadros que en otras épocas se consideraban pornográficos, actualmente son obras maestras de la humanidad. Basta mencionar cuadros conocidísimos como La Maja Desnuda, de Goya; la escultura de La Diana Cazadora (que fue vestida en algún tiempo); y las fotografías de desnudos de los años veinte, que ahora exhiben las más importantes salas de arte contemporáneo.
Definir el término es aún más difícil si tomamos en cuenta que dentro de un mismo país y una misma época, algunas representaciones han sido consideradas como pornográficas por unos y por otros no. Por ejemplo, hay quienes asisten a cines como el Venus, el Saboy, el Dolores del Río, el Alex Phillips, etcétera, a ver películas “pornográficas” mexicanas como Las Verduleras I, II, III, IV… que para muchos no lo son, pues en pantalla las relaciones sexuales quedan sólo sobreentendidas, o cintas como Calígula, que para algunos no es más que parte de la decadencia de la historia romana.
Los estudiosos de la sexualidad evitan este término, pues por impreciso resulta muy subjetivo y, por tanto, totalmente alejado de la ciencia. El Instituto Mexicano de Sexología, por ejemplo, prefiere llamar “expresiones gráficas de la sexualidad” a todas las representaciones de este tipo.
Actualmente lo que entendemos como “pornografía” se refiere a fotografías, revistas y películas (cine y últimamente video) que muestran a individuos de uno u otro sexo, parejas, tríos o grupos de personas, realizando actos sexuales y caricias de diverso tipo. Se discute muchísimo sobre los posibles daños, tanto individuales como sociales, que este tipo de materiales puede producir cuando son vistos por personas de diversas edades.
En Inglaterra, Dinamarca y Estados Unidos se han realizado estudios científicos que tratan de aclarar el verdadero efecto que la exposición a este tipo de materiales puede ocasionar. Y estas investigaciones han revelado algunas sorpresas:
a) Un número muy elevado de personas (de uno y otro sexo) han visto, alguna vez en su vida, estos materiales.
b) Inicialmente, quienes se exponen a la pornografía se sienten excitados, aunque las mujeres menos que los hombres, lo que parece deberse a un condicionamiento sociocultural; pero tanto en uno como en otro sexo, ante la exposición repetida, se da cierta desensibilización, es decir, sobreviene aburrimiento, pues la efectividad del estímulo va decreciendo.
c) A diferencia de lo que se cree, lejos de estimular o propiciar conductas sexuales agresivas o antisociales, en los países en donde se ha liberalizado la venta y distribución de estos materiales, los delitos de índole sexual no han variado, incluso han disminuido.
d) Una persona que ve este tipo de material con cierta frecuencia no cambia sustancialmente su comportamiento sexual más allá de lo que han sido y son sus valores y concepciones éticas. En cambio, ha servido como estímulo para enriquecer su vida sexual y crear mayor capacidad para entender y aceptar aspectos de la sexualidad de otros que son diferentes de los propios gustos.
e) En cuanto a los jóvenes y niños que ven estos materiales, los efectos son esencialmente los antes mencionados, sólo que en los niños la desensibilización, pérdida de interés y aburrimiento con el material es todavía más acentuado que en los adultos, pues es muy difícil que lleven lo que observan a la experiencia sexual.
¿Y en México?
Efectivamente, estos estudios fueron realizados en países donde existe un alto grado de educación sexual.
El caso de México es distinto. La educación sexual que recibimos es escasa. En general, lo poco que se llega a transmitir en la primaria acerca de la sexualidad va dirigido exclusivamente a la reproducción humana. Y aún así, la orientación es insuficiente, pues todavía cientos y cientos de casi niñas se embarazan antes de terminar la educación básica.
Si a ello agregamos que en el hogar no se termina de aceptar como natural la sexualidad, y los padres no suelen hablar con sus hijos sobre el tema, a veces ni indirectamente, resulta que en cultura sexual aún estamos en pañales.
A pesar de los avances científicos que hay en nuestros días respecto del sexo, visto como parte esencial de las relaciones humanas –fundamentalmente amorosas–, al falta de orientación, y en ocasiones desorientación, que se da en medios de comunicación masiva, la familia, la escuela, etcétera, origina que muchos mexicanos canalicen sus dudas, inquietudes y hasta energía sexual a través de esos materiales denominados pornográficos.
El morbo que subsiste alrededor de lo sexual en países como el nuestro ha originado que, siendo una manifestación humana, se separe a la sexualidad de las demás expresiones de nuestra especie, y exista ese enorme negocio llamado pornografía.
Cuántas editoriales, casas reproductoras de video, modelos, cines, etcétera, han sabido explotar el cuerpo humano desnudo, fundamentalmente femenino, y han multiplicado sus ganancias. Cuántos voceadores ambulantes de tianguis como el de Tepito no viven de la venta casi clandestina de revistas, libros y videos porno altamente cotizados.
Lo primero, educar
Los sexólogos creen que las personas a las que les gusta este tipo de material no tienen ningún desequilibrio mental, y por lo tanto, no existe base alguna, científica y objetiva, que sustente que lo pornográfico sea perjudicial tanto a nivel individual como social.
Sin embargo, es fundamental que a través de la educación vayamos modificando nuestros valores éticos e integremos a la sexualidad como parte de nuestra naturaleza. Sólo así, la pornografía dejará de ser ese gran negocio que, ciertamente, no crea mentes perversas, pero sí las explota. Pues lo perverso no reside en leer o no pornografía, sino en separar la sexualidad de nuestra moral y hacer otro código de valores alrededor de ella.
Asimismo, una educación sexual amplia puede ayudar a superar la hipocresía que aún padecemos muchos que al observar alguna imagen de este tipo o leer algún texto relacionado con el sexo sentimos una terrible vergüenza.
El día en que, como señalan los sexólogos, las expresiones gráficas puedan formar parte del arsenal de elementos enriquecedores de la relación de una pareja, cuando ambos las disfruten y les sirva para romper la monotonía o incluso despertar la imaginación, habremos de pensar que, efectivamente, la pornografía puede ser cualquier otra expresión humana.
Información tomada de:
Juan Luis Álvarez Gayou, La condición sexual del mexicano, Colección relaciones Humanas y Sexología, Ed. Grijalbo, México, 1985.