Lenia Batres Guadarrama
Todos los capitalinos que nacimos antes del 85 tenemos una experiencia personal y colectiva con aquel, aquellos temblores. Por eso, acudiremos, como cada año desde entonces, a la memoria del terremoto. ("¿Dónde te agarró el temblor?", cantaba Chico Che.)
A las 7:19 de aquel 19 de septiembre, yo dormía. De niños jugábamos cuando la tierra se movía. ¿Por qué habríamos de tener miedo ahora? Mis sueños se mecían mientras mi papá gritaba que nos resguardáramos bajo la zona que él creía más segura en el segundo nivel en el que vivíamos en la colonia Niños Héroes. Comenzaron a caer libreros, lámparas. Se oían rechinidos y tronidos de todas partes. No era normal. No acababa nunca. Dio tiempo de que despertáramos los que acudíamos a turnos vespertinos, de que regresaran los que iban en la mañana y de que esperáramos a que terminara la eternidad.
Se fue la luz, se suspendió el teléfono. Nos asomamos a la calle. Todo parecía normal. A mi papá se le ocurrió que fuéramos a oír las noticias al radio del coche. Se cayó tal edificio y ese otro y tal otro más. Se estaba hundiendo la Ciudad, el Centro derruido. La torre de telecomunicaciones, a unas cuadras de la casa, se había roto.
Más tarde pasó nuestra vecina Margarita a avisarnos que se habían caído edificios sobre la calzada de Tlalpan, por el Metro Villa de Cortés.
Decían que ese día olía a muerte. Yo lo recuerdo vacío en las avenidas y lleno de gente en los rastros constantes de piedras en las zonas céntricas de la Ciudad.
No sé cuántos días habrán pasado cuando me fui a meter a las ruinas de San Antonio Abad donde salían cuerpos de costureras semiesclavizadas que estaban trabajando desde la temprana hora del temblor. Quería ayudar.
Pero me estacioné en la organización que rápidamente creaban activistas del entonces Movimiento Revolucionario Popular (que al año siguiente se fusionaría en el Partido Mexicano Socialista) en la colonia Doctores. Me dediqué a levantar censos de las vecindades y a convocar a asambleas en las que se explicaba a los afectados que se estaría exigiendo al gobierno la expropiación de todos los inmuebles derruidos para que iniciara la reconstrucción de viviendas.
Recuerdo asambleas y marchas diario o casi diario.
Revisábamos que salieran publicados los predios propuestos por la Unión de Vecinos de la Colonia Doctores (UVCD) en los decretos expropiatorios del Diario Oficial de la Federación. Y aparecían.
Era tal mi dedicación que, a mis 16 años, sin imaginármelo, recibí el primer y único ingreso de mi vida por trabajar en alguna organización: Guillermo Flores, uno de los dos dirigentes principales de la UVCD (el otro era Germán Hurtado) me anotó para recibir un apoyo de 20,000 pesos de entonces (creo que no serían ahora ni 2,000) que daba la ONU a las organizaciones que participaban en la ayuda a damnificados.
Uno recorría las calles y encontraba damnificados en cada cuadra de la Doctores. Si no se había salido ya la gente y algunos se habían instalado en campamentos afuera de las viviendas, seguían habitando en departamentos cuarteados...
Pasé allí uno de los momentos más intensos, laboriosos, fraternos y definitorios de mi vida. Participé por primera vez en una organización naciente, decidí que estudiaría Derecho para ayudar a acercar la justicia a los desvalidos, aprendí a entregarme en alma y cuerpo a una lucha social.
Había militado desde dos años antes en organizaciones de izquierda, pero hasta 1985 comprendí la necesidad tan grande por la justicia no en el futuro de una sociedad mejor sino en el ahora de la infamia de ser pobres.
Las organizaciones que iban surgiendo nos agrupamos más adelante en la Coordinadora Única de Damnificados.
Como sabemos, fue la emergencia social la que dio una salida a la gente. Qué importantes fueron las organizaciones sociales.
En el recuento, Jesús Ramírez Cuevas recuerda en "Cuando los ciudadanos tomaron la ciudad en sus manos", que el gobierno reconoció que murieron "entre 6 y 7 mil personas. Sin embargo, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) registró 26 mil fallecidos, en tanto que organizaciones de damnificados calcularon en 35 mil los muertos". Más de 40,000 personas quedaron heridas. 400 edificios desplomados, incluyendo hospitales como el Juárez, Hospital General y condominios como el Multifamiliar Juárez y el Nuevo Léon en Tlaltelolco, escuelas y algunos como el emblemático Hotel Regis. 30,000 viviendas fueron destruidas y 70,000 más quedaron dañadas.
(Aquí se encuentran algunos datos resumidos sobre el sismo: 19 de septiembre: terremoto del 85.)
Obviamente, de la organización vecinal, emergió el proceso más interesante de autogestión que, se sabe bien, después derivaría en el aceleramiento de la salida del PRI y la democratización de la Ciudad de México.
Seguramente se trata de la mayor tragedia en la memoria de las generaciones de mexicanos capitalinos vivos. Cómo no mencionarla cada año, para no olvidar a nuestros hermanos que allí se quedaron y lo que de ese terremoto transformó nuestras vidas. El antes y el después de la Ciudad de México, de la vida personal de los habitantes, de su vida política, de su vida social. De nuestra conciencia personal y colectiva.
19 de septiembre de 2011