Lenia Batres Guadarrama
"Nunca me obedece"; "Hace lo que se le da la gana!"; "Siempre resonga cuando le doy una orden"... son quejas muy comunes que hacemos los padres respecto de nuestros hijos. Pero ¿por qué no obedecen? ¿Acaso no basta ser su madre o padre para que haga lo que yo le digo?
Casi todos los padres nos hemos visto acorralados ante un niño obstinado y dominante, y hemos llegado a sentir que en vez de criar un hijo obediente nos hemos convertido en una madre (o padre) obediente. Si usted se encuentra en esta situación, no se desespere: Ese pequeño tirano puede ser "domado". En principio, es necesario revisar cómo educamos a nuestra fierecilla, pues cuando se presentan este tipo de problemas de conducta es muy posible que no sólo el pequeño esté fallando...
Los niños negativos
El tipo de desobediencia más común es el negativismo, es decir, cuando el niño se vuelve obstinado y hace exactamente lo contrario de lo que deseamos. Los especialistas señalan que esta conducta se origina aproximadamente a los 18 meses, alcanza su límite entre los tres y los seis años y luego disminuye con rapidez. Y los varones vuelven a ese negativismo entre los 10 y los 11 años.
Las razones por las que los niños no pueden ser controlados o, mejor dicho, no pueden controlarse, son variadas. Algunas se relacionan con el temperamento del niño; otras, con las características físicas o emocionales de los padres y, por supuesto, con sus métodos disciplinarios, o con la ausencia de ellos...
Padres obedientes
Muchas veces los padres enfrentamos situaciones conflictivas que se repiten una y otra vez. Estas situaciones se dan al despertar al niño por las mañanas, asearlo y vestirlo; a la hora del desayuno, comida o cena; cuando debe irse a la escuela; cuando se pretende que obedezca instrucciones ("Deja de molestar a tu hermana", "No salgas a la calle"); cuando se trata de que cumplan las reglas de la casa (no jugar con cerillos, no encender la televisión hasta que termine su tarea); cuando sus padres están en el baño, hablando por teléfono, cocinando e interrumpen; cuando van al supermercado y repiten incesantemente "yo quiero", cogen cosas de los estantes, hacen berrinches; cuando en cada juego se pelean con sus hermanos; cuando deben ir a la cama...
A veces nos acostumbramos, o resignamos, a que los hijos nos desobedezcan. Cuando pretendemos que los pequeños hagan algo, lanzamos la orden desde lejos, sin preocuparnos de si el hijo registró la indicación mientras se encontraba realizando alguna actividad; o, tal vez, empleamos un tono de voz tentativo o implorante; o quizá formulamos la orden en forma de pregunta ("¿por qué no ordenas los juguetes?"). Si el niño no obedece, nos resignamos; aceptamos la derrota sin luchar, y, finalmente, hacemos lo que el niño debería haber hecho (por ejemplo, ordenar los juguetes).
Con esta actuación, los niños reciben una especie de recompensa, y por ello continúan desafiando a la autoridad. ¿En qué consiste esta recompensa? El niño evita las tareas desagradables, aburridas, difíciles, prolongadas, o se rehúsa a hacerlas; obtiene un soborno (les damos un caramelo en la caja del supermercado para que no molesten); terminan con la paciencia de los padres; consiguen lo que desean (le quitan un juguete a su hermano pequeño y los padres permiten que juegue con el objeto en cuestión); vencen la voluntad de los demás y el niño se siente importante o inteligente, y consigue que todo mundo se fije en él.
Cómo recuperar el control
Para lograr superar esa relación viciada, el primer paso es entender qué es lo que da lugar al acto de desafío de los hijos y en qué circunstancias ocurre.
Quizá para usted es obvio lo que debe hacer o no el pequeño, pero ¨sabe el niño qué se le permite hacer (sin restricciones innecesarias, es decir, con justicia) y qué lo que no? Si no es así, sería bueno que se siente y converse con su hijo, la comunicación es un buen antecedente para mejorar las relaciones familiares; no espere hasta que los ánimos estén demasiado caldeados.
La autoridad juega un papel fundamental en la relación padres e hijos. Los niños necesitan sentir que sus padres son los que mandan, pues ellos no poseen la experiencia ni la sabiduría necesaria para hacerse cargo de sus actos. Por ello, les brindan gran seguridad las advertencias que les hacen sus padres sobre lo que les puede pasar si actúan de tal o cual forma, y la dirección que ejercen sobre sus actos. Los niños que hacen lo que quieren, aunque puedan sentir satisfacción momentánea por haber ganado una partida con sus padres, maestros o alguna otra autoridad, generalmente se sienten infelices e inseguros. De ahí que es fundamental que en la formación de los hijos se impongan los padres. Pero imponerse no es sinónimo de tener que pelear permanentemente. Los padres contamos con armas más poderosas que los gritos, los golpes y los forcejeos: el sentido de la justicia, el afecto y la autoridad.
Para ejercer de manera efectiva la autoridad, es necesario que creamos en las órdenes que damos y que nos propongamos que sean cumplidas. Estas son algunas recomendaciones que pueden ayudar a una relación de autoridad efectiva:
- No despilfarrar órdenes, sino dar sólo las que creamos necesarias por el bien del niño ("No toques eso que te puedes quemar"), las que fomenten su buena incorporación a cualquier medio social ("Pide las cosas por favor"), las que enaltezcan valores positivos, como la justicia ("Cuando tu hermano esté jugando con ese muñeco, no se lo quites") y las que determinemos nosotros como indispensables para la convivencia familiar ("Te toca lavar los trastes").
- No formular pedidos vagos ("¿No puedes ser más educado?", en vez de "Di `por favor´ cuando pidas algo").
- No gritar las órdenes desde lejos. Es necesario acercarse al pequeño para cerciorarnos de que está escuchando la indicación.
- No criticar demasiados detalles de la conducta del niño, facilitando confrontaciones interminables y, en esencia, triviales.
- Formular las órdenes en un momento acertado. (Pedirle a un niño que se vaya a la cama en la mitad de un interesante programa de televisión implica provocar conflicto. Advertirle al niño que deberá irse a dormir cuando el programa termine seguramente resultará mucho más efectivo).
- No permitir al niño que lleve a cabo sus "travesuras". Si las realiza es indispensable imponer un castigo que vayamos a cumplir (Si juegas en la mesa, te quedas sin chocolate).
- Evitar la transmisión de mensajes (conscientes o inconscientes), por el tono de voz o por las críticas y la atención que le merecen los aspectos negativos del niño, que sugieran que usted no está contento con su hijo. Por ejemplo, es innecesario llamarlo "malo", "flojo", "cochino", "tonto". No lo amenace con llamar a la policía, irse de casa o enviarlo a un lugar lejos de sus padres. ¡Hágase cargo! Demuestre al niño que usted no miente: emplee órdenes e instrucciones corteses. Simplemente, si no cumple con las órdenes, ejerza el castigo justo.
- Buscar el tiempo para compartir momentos agradables con el pequeño.
Información tomada de:
Entre la tolerancia y la disciplina. Una guía educativa para padres, Martin Herbert. Ed. Paidós. España, 1992.