Estado social, indispensable para continuar los logros en la equidad

Partido de la Revolución Democrática
Comité Ejecutivo Estatal en el Distrito Federal
16 de octubre de 2008

En principio, nos tenemos que felicitar porque nuestra sociedad se ha ido transformando. El trabajo que durante décadas hemos hecho las mujeres y la izquierda –organizada en partidos, sociedad civil y movimientos sociales-- ha permeado realmente en una cultura de equidad que cada día va convirtiéndose en sentido común. Al grado de que hemos podido convertir en políticas de Estado, en leyes generales y en acciones positivas, desde distintas instituciones públicas, las demandas de género.

Por fin, se empiezan a ruborizar los portavoces de la discriminación.

Esta larga lucha por la equidad ha surgido de abajo. De la cotidiana perseverancia femenina que recuerda a todo volumen, todos los días, que aquí estamos, que somos tangibles, pensantes, actuantes, protagónicas. Que aquí estamos para decir, hacer, participar, convencer, influir, dirigir. Que no tenemos que inventarnos ningún rol para ser respetadas en nuestras decisiones, en nuestra vida, en nuestra dignidad humana.

Somos interlocutoras de la vida privada y de la vida pública.

Las cosas sí han cambiado.

Hace unos meses, la Universidad Nacional Autónoma de México informaba que la participación global de las mujeres en la UNAM ha mostrado un "notable incremento" de 1980 a la fecha, “al pasar la matrícula total de 35 por ciento a principios de esa década a 52 por ciento en la actualidad”.[1]

Igualmente, y en una cifra muy parecida, los organismos internacionales de trabajo han informado que en 2008 “la tasa de participación de las mujeres en los mercados laborales supera el 52 por ciento. Son 20 puntos por encima de los 32 de 1990”.[2]

Sin embargo, sabemos que no es suficiente para echar las campanas al vuelo.

Ciudad Juárez, Zongolica, Castaños, las agresiones cotidianas a las adolescentes en el Metro, en el autobús, en la calle, los gobiernos panistas, la violencia –sobre todo la intrafamiliar, que sí tiene género-- y las cifras que nos hablan de la cantidad de puestos de dirección que ocupan las mujeres en la administración pública, en las empresas privadas, nos dicen que subsisten grados preocupantes de inequidad.


El trabajo doméstico sigue concentrado en la mujer. A ello no ayuda el neoliberalismo, que obliga a trabajar fuera de casa pero no genera las condiciones ni físicas ni culturales para distribuir la carga doméstica.

En términos generales, toda la destrucción de la seguridad social ha repercutido más negativamente en la mujer, al generar empleo informal sin guarderías ni derecho universal a la salud, empezando por la salud sexual y reproductiva, que tanto nos afecta.

Lo que necesitamos es crear instituciones que atiendan los problemas integralmente. Que, por ejemplo, en materia de violencia intrafamiliar, puedan asesorar a la víctima, interponer denuncias, participar en el juicio, dotar de hogares provisionales a la mujer y a los hijos. Dictar medidas de seguridad precautorias, sin necesidad de esperar el propio juicio o una sentencia.

Necesitamos instituciones que provean de atención universal en la salud, para la realización de los estudios de papanicolau, las colcoscopías y las mamografías, pero que además atiendan los problemas que se deriven de esos estudios en una sola historia médica.

Necesitamos que el tiempo en televisión o radio que Calderón utiliza para intentar parecer gobernante o vender lo que no es suyo, se utilice en educación para la equidad.

En síntesis, si bien hemos logrado políticas de Estado que combaten la discriminación, necesitamos un Estado social que universalice la equidad, con educación y con instituciones que la propicien.

Un Estado que nos ayude a las estudiantes, a las madres solteras, a las desempleadas, a las embarazadas, a las trabajadoras.

Si al otro lado del mundo se puede tener acceso a seguros de desempleo, a incapacidades de hasta un año por parto, extensibles al hombre, a guarderías dignas, a becas para estudiar, independientemente de la edad, por qué aquí no.

En la política, cada vez hay más mujeres, y afortunadamente ello significa más comprensión para los problemas de género, pero no se puede decir que haya un estilo propiamente femenino de hacer política. Aunque la mujer se distingue por ser más arrojada y, en general, honesta, hay políticas siniestras, como Elba Esther Gordillo, o ambiciosas sin escrúpulos, como la mamá de los Bibriesca. Afortunadamente, son la excepción. Pero a las mujeres, como a todo el movimiento democrático, en nuestra incursión en la política, en el poder de a de veras, nos toca el reto de demostrar que podemos hacer cosas distintas de las que los grupos tradicionales y los siglos patriarcales han hecho en su relación entre pueblo y gobierno.

El reto que tenemos es lograr construir un Estado social equitativo pensado en la gente, en que cada hombre y cada mujer podamos ser felices. Un Estado pensado para nuestra felicidad. Un Estado de mujeres y hombres libres.

[1] Olivares Alonso, Emir. “Aumento notable de mujeres en la educación superior: UNAM", La Jornada, 15-01-07, Fomato Html, Disponible en Internet: http://www.jornada.unam.mx/2007/01/15/index.php?section=sociedad&article=046n1soc.
[2] Maninat, Jean, “Mujeres y trabajo: la desigualdad es persistente”, La Jornada, 6-09-08. Fomato Html, Disponible en Internet: http://www.jornada.unam.mx/2008/09/06/index.php?section=opinion&article=015a1pol.